Supongo que la fabricación de arneses para montar los caballos o engancharlos procede de tiempos remotos. En los museos y en los libros de historia podemos ver caballos enjaezados con rudimentarias monturas en Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma; al principio no había estribos ni espuelas, fueron un invento posterior.
La silla o montura vaquera es fruto de la evolución de las que usaban las árabes combinadas con las ibéricas de la baja edad media. La silla ha sido y continua, en paralelo con las necesidades; con la forma de cabalgar, la finalidad de uso del caballo: la guerra, viajar, trabajo en el campo o el deporte.
Cualquier oficio, realizado con mimo y exquisitez alcanza las proporciones de arte. El cuero, que no es nada mas que la piel de un animal curtida en las tenerías, requiere un arte especial para trabajarlo, para interpretarlo. Las distintas zonas de una piel completa de un animal tienen diferentes características: la barriga es mala, el lomo es fuerte, las ancas flexibles etc.
La forma de curtir, con medios naturales o químicos, también le imprime carácter y diferencia la calidad del cuero; la conservación del cuero en los elementos confeccionados para que duren requiere conocimientos específicos en los materiales de limpieza y la manera de aplicarlos.
Me admiran los guarnicioneros, sus herramientas, tales como la cuchilla media luna, los matacantos, las leznas el cáñamo y la cera, la uñeta o sacabocados. Las vaqueras son monturas de mucho arte; comenzando por el casco hecho con paja de centeno y piel cruda de asno que cose sobre el mismo mojada; hay que hacerlo con rapidez antes que seque y con fuerza. Es un trabajo doloroso en el que a veces incluso sangran las manos. Los hierros que forman la trasera y la delantera tienen que ser de un buen acero para que no cedan y bien cosidos al casco para que no giren. Que se adapten bien a la morfología del caballo, en la cruz y en el dorso. Cada caballo debe tener “su” montura que estrenará en la doma, se adaptará a su morfología y solo él debe el usarla. Así lo hacia el antiguo y afamado jinete Don Vicente Romero de la Quintana.
He visto películas de Leo fabricando monturas y se me representa un ingeniero de naves espaciales por la meticulosidad, cariño y precisión que desarrolla mientras fabrica las distintas partes del aparejo. Eligiendo los materiales; acaricia el cuero, dibuja las piezas, sueña con ellas antes de cortarlas, las une en un rompecabezas mágico que anida geométricamente en su cabeza impreso basados en afición, sabiduría, experiencia y buen gusto.
Una montura bien realizada, por un artista con mucha afición, satisface los cinco sentidos.
Es solaz para la vista; oyes el cuero crujir cuando es bueno; huele como a almendras amargas y la cera de los cabos; gusta su sabor de piel doblegada; es suave al tacto, como la piel de la hembra joven.
Sí, lo afirmo, ser un buen guarnicionero es un arte, que, como todos los dones, se adquiere con facultades que Dios otorga, pero también con mucha afición, dedicación y constancia.
Desde siempre he tenido amigos guarnicioneros y he visitado sus talleres; en España y en extranjero. Me apasiona cuidar mis monturas, zahones, botas cabezadas. Jamás termino una jornada sin limpiar mis cosas con agua tibia y jaboncillo inglés. Para las que no he usado, tengo mis trucos; el cuero me dice cual es el producto que necesita; hay en mi guadarnés un deshumidificador para evitar mohos y temperatura controlada. Y muchos productos de varias nacionalidades. Paños y cepillos.
Felicito a todo el gremio; a mi admirado Leo especialmente que ha elevado subliminalmente la fabricación de monturas vaqueras y cabezadas a la categoría de arte y excelencia.
D. Felipe Morenés de Giles
Marqués de Villareal de Burriel